Seguro que te resulta famliar: «esta mañana se me ha cruzado un gato negro, se me ha caído la sal, he pasado por debajo de una escalera, se me ha roto un espejo…» y un montón de situaciones más que podría enumerar. Coincidirás conmigo en que ante ellas muchos de nosotros dejamos de hacer cosas, nos planteamos hacerlas mejor otro día, pensamos que en esa ocasión puede que tengamos menos suerte e incluso los más optimistas observarán que se despierta una pequeña alerta en su cerebro, que cuanto menos, les incomoda, ¿verdad?
Todo esto es completamente normal. Es fruto del entrenamiento inconsciente al que ha sido sometido nuestro cerebro desde que nacimos. Es esa «huella», determinada por nuestro contexto familiar, escolar, profesional, cultural y social. Resulta evidente, entonces, que en el cerebro de un niño chino no se producirá ninguna alerta o ningún cambio en el momento en que se enfrente a algunas de las situaciones que he descrito anteriormente, ya que son más propias de nuestra cultura, pero seguramente lo hará con otras más propias de la suya. Es tal el poder que tienen nuestras creencias que pueden, en muchas ocasiones inconscientemente, condicionar nuestra vida completamente en función de lo arraigadas que estén en nosotros. Así, ante estas situaciones nuestro cerebro responde de forma automática con emociones como el miedo y segregando sustancias que nos afectan en el plano físico, psíquico y emocional.
Pues bien, si sabemos que el cerebro funciona de este modo y tienen tanto poder estas creencias y símbolos asociados a momentos negativos de nuestra vida, ¿por qué no le damos la vuelta a esta situación? ¿Por qué no empezamos a hacernos dueños y directores de nuestro cerebro? ¿Por qué no inundamos nuestro cerebro de símbolos y creencias asociadas a aspectos positivos y momentos óptimos de nuestra vida que nos capaciten y nos ayuden a crecer? ¿Por qué desde bien pequeñitos no nos enseñan a entrenar nuestro cerebro para crear asociaciones y creencias poderosas que nos beneficien y vamos desechando o evitando aprender aquellas que nos perjudican, nos limitan, condicionan y nos hacen más dependientes y menos libres?
Soy especialmente consciente de que es muy difícil huir de nuestra «huella», sobre todo cuantos más años tenemos, pero sí es posible reconducir nuestro cerebro y empezar a utilizar herramientas para ser capaces de conseguir un mayor control sobre él y, en consecuencia, sobre nuestra vida. En este sentido, he tenido la suerte de comprobar lo especialmente significativo que es el efecto tan enriquecedor que produce en los niños el aplicar herramientas para generar creencias positivas, ya que, evidentemente, su cerebro está mucho menos condicionado.

Hace más de diez años, mientras estaba en clase de Educación Física con mis alumnos, observé algunas conductas que me llamaron significativamente la atención y que se siguen produciendo con mayor frecuencia de la que nos gustaría. Como sabes, las tareas que se ponen en juego en este área son fundamentalmente prácticas y los niños se enfrentan, de forma habitual, no solamente, al hecho de tener que aprender, poner en práctica nuevas habilidades y adaptarse a diversas situaciones motrices, sino también al complejo concepto de equipo y, lo que es más delicado, si cabe, la exposición continua de sus aprendizajes y logros a los demás.
Coincidirás conmigo en que si los mayores llevamos mal exponer nuestros errores y miedo a equivocarnos delante de los demás, los peques no iban a ser menos, ¿verdad?
Así, un número significativo de niños y especialmente, de niñas, cuando tenían que enfrentarse a una nueva tarea, antes de realizarla repetían sin parar: «No puedo, profe. Esto no me va a salir. Si yo no sé. No soy capaz»… Por un momento, me dije: «¿qué tipo de creencias están desarrollando estos niños? ¿Es ésta la actitud adecuada para aprender cualquier cosa en la vida? Si algunos tienen tanto miedo a fallar y que lo vean los demás, que llegan a negarse a, ni siquiera, intentarlo, ¿qué pasará cuando sean mayores? ¿mejorarán por arte de magia o es necesario trabajarlo como cualquier otra habilidad para que no les limite en un futuro?».
A partir de ahí, he de reconocer que hubo un cambio importante en mi concepción del área que me había llevado hasta la docencia. Descubrí que aparte de poder inculcar hábitos de salud, deporte y ejercicio era el contexto perfecto para enseñarles a «convivir» y a «vivir», connotación que, para mí, le da un valor incalculable a un área, que en muchas ocasiones, es infravalorada por la sociedad.
De este modo, comencé a trabajar el concepto del «SÍ PUEDO» con todo el alumnado, independientemente de su edad, a través de diferentes tareas y dinámicas que me han aportado inolvidables experiencias hasta el día de hoy. Recuerdo el primer lema que utilicé: «con una sonrisa y un sí puedo, todo es posible». Al principio, comienzas tímidamente, probando aquí y allá, esto y aquello, pero cuando inmediatamente compruebas el efecto e impacto tan enriquecedor que produce en la mente menos condicionada de los niños el aplicar herramientas sencillas para generar creencias positivas que cambian por completo su actitud, controlan sus miedos y predisposición para aprender, te dices: «¡esto es pura magia!»

Resulta evidente que este trabajo va más allá de decir o pronunciar, sin más, dos palabras. Ni por supuesto, tampoco, de hacerle creer al niño que va a ser capaz de hacer todo lo que quiera, sin esfuerzo, sin frustraciones, sin errores y dificultades.
Se trata más bien, de ayudarle a creer en esas palabras, para que a través de ellas, crea en él. Desarrollar una imagen equilibrada de sí mismo y una actitud positiva que mantenga sus ganas de aprender y luchar por sus sueños, aceptando al tiempo, la dificultad y complejidad que conlleva poder llegar a ellos y entendiendo el error como parte normal del proceso.
La verdad es que estoy disfrutando muchísimo con todo esto y ver cada día cómo influye tan positivamente en ellos, justifica lo importante que es transmitir estas creencias desde bien pequeñitos, ya sea desde casa o desde la escuela.
En definitiva, pueden ser estas palabras u otras. Puedes buscar las tuyas. Aquellas que te motiven y remuevan esas emociones que te ofrecen la fuerza necesaria para seguir adelante. Pero sean las que sean, trata de que, al menos, te recuerden: «¡Aquí, se intenta! ¡Sí puedo!
Por favor, ¡no me creas! ¡Pruébalo! ¡Muchas gracias!

Nunca olvidaremos tu “Sí, puedo” a mí me ayudó mucho y agradezco leer estas palabras y reflexiones que escribes ahora, pues me ayudan a recargar las pilas para seguir siendo positiva.
Gracias, Ricar, por hacer que descubriera habilidades que nunca pensé que podría tener, gracias por cruzarte en nuestro camino. Tu huella en el cole es imborrable y espero que lo siga siendo durante mucho tiempo.
Muchas muchas gracias! Teresa!! Qué alegría me da saber de ti y sobre todo que sigas creyendo en el poder de estas cosas… La huella la habéis dejado todos en mi. Un regalo poder haber compartido esa etapa de mi vida con gente tan grande! Cuidate!! Gracias!!
Gracias por el artículo. Ciertamente nos hace reflexionar e intentar ser mejores personas cada día en nuestro trabajo docente y en nuestra vida personal.
Muchísimas gracias Miguel! Siempre un placer, tus aportaciones y tú buena predisposición a colaborar en todo… Gracias!!