LAS CONVERSACIONES DE LOLA Y SU ABUELITO ELÍAS. EPISODIO 1.

«LO VERDADERAMENTE IMPORTANTE».

*Ilustración de Patricia Navarro Valcárcel

Como cada mañana, el bueno de Elías camina por el pasillo de casa después de su habitual rutina. Hoy tiene unas sensaciones diferentes, le cuesta mover sus ya desgastadas  piernas, el dolor de sus articulaciones hacen acto de presencia y la falta de luz, fruto de un día nublado, parecen no ayudarle a encontrar la energía y actitud necesaria para afrontar una nueva jornada con ese cuerpo de noventa años. Pero la imagen de su nieta Lola, de ocho años, sentada en la pequeña mesa del salón, hablando y jugueteando como siempre, han iluminado, de pronto, ese oscuro pasillo y, como por arte de magia, la energía y ánimo que le faltaba aparecen, al tiempo que recuerda lo afortunado que es por tener una nieta como ella, por los grandes ratos que pasan jugando y, especialmente, charlando. Desde bien pequeñita había sentido que era una niña especial y diferente que lo  escuchaba, pero, sobre todo, de la que aprendía muchísimo porque sus preguntas siempre, siempre, siempre le invitaban a reflexionar.

—¡Buenos días, Lola! ¿Ya estás pintando de nuevo? ¡Mira que pintas bien! —le dice mientras se acomoda en el sillón, justo al lado de ella.

—¡Hola abuelito! ¡Muchas gracias! ¡Estoy pintando un avión de guerra! —le contesta moviendo el avión de juguete que tiene encima de la mesa, haciendo ruido y sobrevolando la cabeza de su abuelo.

—¡Ay Lola! ¿Qué hace una niña jugando con aviones?

—¿Y con qué debería jugar una niña como yo? —pregunta inmediatamente extrañada y con muchísima curiosidad.

—Con lo que quieras, cariño. Puedes jugar con lo que tú quieras —le contesta después de una breve pausa al darse cuenta de lo difícil que es, en muchas ocasiones, luchar contra sus viejas y obsoletas creencias, planteándole una nueva cuestión para cambiar de tema e intentar no condicionarla con su estúpida pregunta.

—Bueno Lola, ¿qué es todo lo que hay alrededor de tu avión?

—¡Es el coronavirus! ¿No dicen que estamos en guerra contra él? ¿Tú has estado antes en alguna guerra? Con los años que tienes has tenido que vivir un montón de cosas, ¿verdad?

—¡Pues sí, hija mía! Era pequeñito, pero desgraciadamente, sí. Lo peor de todo es que no fue contra un virus, sino entre personas —responde con cara de decepción.

—¿Y quién ganó?

—Mi vida, créeme si te digo que en una guerra siempre, siempre, siempre, perdemos todos.

—No sé si entiendo lo que me quieres decir, pero entonces con el coronavirus, ¿también vamos a perder? —vuelve a preguntar, Lola, mientras sigue dibujando su avión totalmente concentrada.

—Evidentemente, sí. Hay muchas personas que están malitas y que nos están dejando a causa de este dichoso virus —contesta preocupado, al tiempo que mira por la ventana.

—¡Es verdad! Sobre todo las personas mayores. ¿Sabes, abuelito? Yo no quiero que te pase nada. —Le dice, dejando de dibujar y levantando por primera vez la vista de su dibujo para regalarle una mirada de ternura.

Acto seguido y después de unos segundos en los que sin decir ni una palabra ambos se dicen todo, Lola empieza a borrar apresuradamente el avión que estaba a punto de terminar.

—Pero Lola, ¿por qué borras el avión? ¡Te estaba quedando muy bien! —exclama Elias, pensando que se había enfadado por algo y tratando de incorporarse para coger la mano de Lola que borraba a un ritmo vertiginoso.

—¡Déjame abuelito! ¡Este virus no se vence con un avión de guerra! ¡Necesitamos otras cosas para frenarlo! —replica efusivamente, Lola, cogiendo su lápiz para ponerse manos a la obra.

—Entonces, ¿qué vas a dibujar ahora, Lola?

—Pues qué te parece si dibujo personas con mascarillas y separadas, jabón, una vacuna… ¿Se te ocurre algo más, abuelito? ¿Crees que esto funcionará mejor?

—Claro que sí, Lola. Creo que con todo eso podremos derrotar antes a este virus. —le contesta, mientras la observa pintar, orgulloso de las ocurrencias de la pequeña Lola.

—Abuelito, además creo que ahora deberíamos dejar de hacer algunas cosas que nos gustan porque pueden ser peligrosas, pero no sé muy bien cómo dibujarlas.

—¿A qué te refieres, cariño?

—A mí me gustaría volver a jugar con mis amigos y amigas del cole porque llevo mucho tiempo sin verlos y, sobre todo, darles muchos abrazos, pero creo que debemos esperar a que todo mejore. ¿Cómo podría dibujarlo? —le contesta, a la vez que pone sus manos en la cabeza buscando una forma de plasmar esa idea en el papel.

—Pero mi vida, claro que puedes jugar con tus amigos y puedes abrazarlos. ¡Eres una niña! —le plantea, asombrado por el grado de responsabilidad desproporcionado que estaba demostrando su nieta.

Lola, al escuchar esas palabras, deja el lápiz en la mesa y dirigiendo la mirada cariñosamente a su abuelo, tras una breve pausa, le dice con firmeza y convencimiento:

—No comprendes que si abrazo a mis amigos y amigas puede que no pueda volver a abrazarte a ti.

—Anda, pequeña, acércate y dame uno de esos abrazos que solo tú sabes darme —Le propone Elías, al tiempo que trata de contener las lágrimas de la emoción.

Lola le da un superabrazo y se queda un ratito en el regazo de su abuelo, mientras este, que saborea el bonito regalo que le acaba de ofrecer la vida, le dice:

—Ay Lola… si la mayoría de los adultos pensáramos como tú…

«Con especial cariño para nuestros mayores...»

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