MUERE LENTAMENTE, MUERE LENTAMENTE… EL TALENTO.

Sí, como diría el gran Pablo Neruda a través de sus famosos versos, muere lentamente, muere lentamente el talento.

La clase de Educación Física está llegando a su final. Mientras un grupo de alumnos/as  de segundo de Primaria, separados en dos equipos, se divierten y juegan con el aliciente de conseguir ser los «vencedores» de la mañana, llegan a mi memoria los primeros años de docencia en el que en esos momentos estaría pensando la fórmula perfecta para influir en el juego y que la partida acabase en tablas, ya que estaba totalmente convencido de que esa era la forma más justa y pedagógica de concluir para mis alumnos.

Me resulta muy curioso cómo después de más de quince años estoy pensando en hacer justamente lo contrario, es decir, lo importante ahora es que un equipo «gane» y el otro «pierda» porque la experiencia me ha demostrado que esa circunstancia quizá sea más incómoda, más conflictiva y requiera de mayor esfuerzo gestionarla, pero es, sin duda, la más  valiosa y pedagógica para mis alumnos y, en definitiva, la que les ayudará a gestionar sus logros y sus frustraciones porque como titula, extraordinariamente, en su nuevo libro Albert Espinosa, si nos enseñaran de pequeños a perder, ganaríamos siempre.

De tal modo concluye el juego. He conseguido mi objetivo. Se ha creado la circunstancia y ahora toca lo más difícil: observar, escuchar, hablar, reflexionar y aprender, con el añadido de que aquí aprendemos todos. Como de costumbre, no se hacen esperar las primeras reacciones y cada uno de ellos comienzan a mostrar su nivel de tolerancia tanto al éxito como a la frustración. Euforia desmedida por haber ganado, miradas y palabras que buscan culpables, silencio, enfado e incluso ira por perder, pero hay una frase que lleva demasiado tiempo repitiéndose en todos los grupos que me llama poderosamente la atención y me empuja a replantearme ciertas cosas: «profe, han ganado porque han hecho trampas».

Cuando prestas atención a esto las primeras veces, piensas: «bueno, esto son cosas de niños. Cuando crezcan lo entenderán…». Pero si amplias tu visión y observas cómo nos comportamos la sociedad en circunstancias semejantes, empiezas a preocuparte y a plantearte dónde comienza, realmente, esta intolerancia hacia lo que destaca, esa reacción automática y negativa por desmerecer aquello que tiene éxito, esa falta de reconocimiento hacia el esfuerzo y las cosas bien hechas, ese dichoso complejo de inferioridad que nos golpea cada vez que alguien sobresale, esa incomodidad que se despierta constantemente hacia el talento y todo lo que lo rodea.

¿Por qué cada vez que alguien muestra su talento en cualquier faceta de la vida nos pone a la defensiva? ¿Por qué cuando ganamos pensamos que lo hemos hecho bien, limpiamente y nos lo merecemos, mientras que cuando perdemos es injusto, evadimos cualquier responsabilidad, tratando de desmerecer el trabajo y esfuerzo del otro? ¿Por qué nos encanta sentirnos reconocidos cuando conseguimos algo, y nos cuesta tanto hacerlo cuando no somos nosotros los protagonistas? ¿Por qué navegamos en la pobre creencia de que todo aquel que se ha hecho rico es porque ha robado o utilizado herramientas sospechosas? ¿Por qué hemos llegado a prostituir tanto el término «igualdad» hasta el punto de entender que garantizar la igualdad de oportunidades de una sociedad significa que todos seamos y tengamos prácticamente lo mismo? ¿Por qué? Si todos, absolutamente todos, somos diferentes, tenemos habilidades, necesidades e intereses diferentes, ¿sería justo que aquel que no hace nada, no se esfuerza, no se arriesga, ni aporta ningún tipo de valor a la sociedad dispusiera de lo mismo del que no lo hace y viceversa?

Por suerte, y aunque nos queda mucho camino por recorrer, hemos sido capaces de detectar que hay niños que presentan dificultades de aprendizaje, trastornos y problemas personales y sociales mayores que la media, que necesitan de una atención especializada y todo esfuerzo se queda pequeño para facilitarles su formación, inclusión y preparación para la vida, pero también es importante destacar que existen muchos niños en nuestras escuelas que tienen miedo a mostrar sus habilidades y su talento, y por qué no decirlo también, quizá en nuestro afán de buscar esa «igualdad» y proteger a otros niños, a nosotros, como padres y docentes, nos suceda lo mismo.

Ya desde bien pequeñitos, casi sin darnos cuenta, vamos aprendiendo que, al principio, destacar en algo «mola». Nuestros padres y mayores nos aplauden y alientan por todo, pero conforme vamos creciendo y nuestro grupo de referencia comienza a ser «nuestros amigos o iguales», percibimos que, quizá, el precio que hay que pagar por destacar o mostrar nuestro talento es muy alto, especialmente si no se trata de lo popularmente establecido o si los intereses de mi grupo no coinciden con ello. Si, además, esa habilidad se está despertando, y va acompañada, como es lógico en muchas ocasiones, de falta de seguridad y autoestima, la apagaremos por completo porque, de este modo, no estaremos expuestos, no nos equivocaremos, nadie nos juzgará, todo será más cómodo y nos hará la vida y la convivencia más sencilla, pero, inconscientemente y al mismo tiempo, estaremos matando el talento, ¿lo comprendes?

Matar el talento supone, a nivel personal, dar la espalda y renunciar a la posibilidad de descubrir tu pasión y, lo que puede ser incluso más importante, vivir de ello. Y a nivel social implicaría renunciar a la innovación y a garantizar mejor esa igualdad de oportunidades que todos buscamos porque, queramos verlo o no, la innovación y el talento siempre conlleva avances que mejoran nuestras vidas y eso, no tiene precio, ¿verdad?

Entonces, resulta evidente que una sociedad que quiere crecer debe tener personas con iniciativa y la valentía necesaria para  encontrar su talento y ponerlo, de algún modo, al servicio de los demás, pero a su vez, también necesita de personas que reconozcan ese talento, lo alienten, lo aplaudan y lo perciban como algo positivo para todos y no como una amenaza hacia el crecimiento personal y hacia la propia sociedad.

En definitiva, creo que es nuestra responsabilidad comenzar a cambiar esto, no solamente desde las escuelas  y los hogares, sino desde todos los rincones. Mientras tanto seguiré intentando contar a mis alumnos/as que es necesario «salvar el talento» y que perder se convierte en uno de los mejores antídotos y herramientas de aprendizaje cuando en vez de criticar y buscar excusas que lo justifiquen, me responsabilizo y me planteo: «si han ganado, algo han debido hacer mejor que yo, ¿no? Por lo tanto, ¿qué puedo aprender de ello?»

Dedicado a tod@s, porque como dijo Ken Robinson, «la gente produce lo mejor, cuando hace cosas que ama, cuando está en su elemento». Todos tenemos algo que hacemos extraordinariamente bien, todos tenemos nuestro talento y es nuestra responsabilidad encontrarlo y ayudar a otros a hacerlo.

Comparte en tus redes sociales...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Si continuas utilizando este sitio aceptas el uso de cookies. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para «permitir cookies» y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en «Aceptar» estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar