¡Soy libre!

     «¡Soy libre!» Hermosas y poderosas palabras que solamente con el hecho de decirlas, gritarlas o, sencillamente, pensarlas se desencadena una mezcla de pensamientos, sensaciones y emociones preciosas que te hacen sentir que posees la suerte de elegir, que tienes el valioso poder de hacer lo que quieras en cada momento, que nadie decidirá por ti, que eres el dueño de tus actos y que, en definitiva, tú y solamente tú eres el auténtico protagonista de tu vida. Sentimiento que seguramente se verá fuertemente intensificado si, de un plumazo y sin aviso, arrebatan tu libertad, porque como en muchas ocasiones habrás tristemente experimentado, no apreciamos el verdadero valor de las cosas hasta que se pierden.

     Seguramente coincidirás conmigo en que cada uno de nosotros, en este momento tan delicado, daría lo que fuera porque esta situación se solucionara y que todo volviera a la normalidad. Aunque ese momento parezca lejos te invito a que lo imagines conmigo. El instante en el que todo acaba y puedes salir a la calle para gritar: «¡soy libre!». Pero, por favor, no corras. Espera un momento. Antes de que empieces a celebrarlo y a hacer todas aquellas cosas que estabas deseando, detente un segundo, por favor. Quiero preguntarte algo: ¿qué es para ti ser libre? ¿Cómo ejerces ese derecho? Después de todo lo que has vivido, ¿ha cambiado tu manera de entender y de vivir estas palabras? Déjame que comparta algo contigo.

     Soy maestro. Maestro de Educación Física de Primaria. Cada septiembre y desde hace ya unos cuantos años, comienza un nuevo curso. Tengo la grandísima suerte de que los niños están deseando que llegue a la clase porque les encanta el área de Educación Física y eso, evidentemente, siempre es una ventaja. Entro a la clase y observo sus caras alegres, muy inquietos, expectantes e ilusionados porque empiecen cuanto antes los juegos y salgamos de clase. Me presento, respiro profundamente y les digo: «Lo primero que tenemos que hacer antes de jugar es hablar y concretar las normas». Sí, las normas, ese instrumento que regula nuestras conductas y nos ayuda a guiar y conducir la convivencia con los demás, chocando frontalmente con ese «¡soy libre!» al que me acabo de referir. Imagina ahora sus caras. ¿Dónde ha quedado su estado de ánimo y motivación para participar en algo que es fundamental para ellos y de lo que, evidentemente, no son conscientes?

     Como te podrás imaginar e influenciado por esa corriente instalada en nuestra sociedad en la que el gran educador es aquel capaz de hacerlo todo desde el plano positivo, sin alterarse, sin gritar, sin castigos y desde la absoluta calma, pones en práctica cada curso herramientas lo más innovadoras posibles, positivas, constructivistas y que ante todo fomenten su participación activa en la construcción y puesta en marcha de sus normas, mantengan su motivación alta hacia este tema y tomen conciencia de que es algo importante y necesario para ellos.

     Así avanzan las clases, y el contacto diario con ellos te obliga a ir modificando el plan de ruta inicial que con tanta ilusión habías confeccionado lleno de medidas constructivas y «guays», para tener que dar paso, progresivamente y sin más remedio, a otras medidas más conductistas, contundentes y menos innovadoras, sencillamente porque a un grupo de niños no les sirven. Necesitan más tiempo, mucho más trabajo, atención más individualizada para conseguir buenos resultados, pero mientras llega ese momento, no puedo, bajo ningún concepto, poner en peligro la seguridad del grupo, y ésa, por encima incluso de su aprendizaje, es una de mis principales responsabilidades.

     De este modo, después de años repitiendo este proceso, a pesar de todo este trabajo realizado, que para nada cuestiono que influya positivamente en ellos, siempre, siempre, siempre se repite, en función del contexto socioeconómico y cultural de los alumnos en los que se aplique, que un porcentaje de ellos comprenderá, aceptará y cumplirá las normas desde el primer momento, otro porcentaje también las cumplirá aunque no entienda muy bien por qué o no llegue a tomar conciencia de su beneficio y, finalmente, un porcentaje de alumnos no las cumplirá, bien porque no las comparte y comprende y/o sencillamente porque no quiere hacerlo al chocar con sus intereses, necesidades, costumbres y educación.

     Tras mucho reflexionar y analizar todo este proceso en numerosas ocasiones, intentando saber por qué, llegas a la conclusión de que esto sucede, al igual que en el resto de la sociedad y con personas adultas, por la sencilla razón de que todos y cada uno de nosotros somos diferentes. Sí, lo repetiré de nuevo: ¡somos diferentes! Tenemos distintos niveles de empatía, solidaridad, educación, comprensión, compañerismo, honestidad… que quedan totalmente determinados por nuestra predisposición genética, pero sobre todo, por las innumerables experiencias que vamos acumulando desde bien pequeñitos, en las que influyen nuestro seno familiar, amigos, parejas, los medios de comunicación, nuestras creencias, intereses y motivaciones, estableciendo en qué modo ejercemos y hacemos uso de ese maravilloso derecho que hasta hace muy poco teníamos y que se recoge en esas bonitas palabras con las que comenzaba a escribir: «¡soy libre!».

     Y es aquí donde está la clave y donde deberíamos aprender para el futuro, comprendiendo que cada vez que hacemos uso de nuestra libertad, entendiéndola como un derecho individual que me pertenece para hacer y decir todo aquello que considere porque sencillamente soy libre y me beneficia a mí y a los míos, no solamente estaremos influyendo y limitando ese derecho en los demás, sino que sin darnos cuenta y prácticamente de forma inconsciente, estaremos perdiendo nuestro propio derecho a ser libre.

     Nuestro derecho a decidir y nuestra libertad deberían apoyarse en tres palabras fundamentales: responsabilidad, respeto y solidaridad. Y así, desde pequeños deberíamos aprender que para conservar mi valioso derecho a la libertad antes de tomar una decisión debería responsabilizarme de lo que voy a hacer, tomando consciencia y asumiendo las consecuencias de mis actos y, especialmente, del impacto que producirá en los demás y en el medioambiente, independientemente del papel que ocupe en la sociedad. Que esa decisión debería estar cargada de respeto, planteándome que todo aquello que limitara la libertad de otros no debería hacerse. Si además de todo ello, mis actos fueran cargados de solidaridad, tratando de beneficiar a los demás o incluso que aunque yo me pudiera perjudicar un poco estaría ayudando a muchas personas; entonces sería la bomba porque imagina, solo por un instante, que el 100% de un país fuera capaz de hacerlo de este modo.

     Hasta entonces y mientras llega ese bonito sueño, creo que la sociedad seguirá siendo un fiel reflejo de lo que sucede en mi aula y en la de todos mis compañeros. Estoy seguro de que por muy evolucionados que nos creamos, seguirán existiendo personas que decidirán no cumplir las normas y hacer un uso irresponsable de su libertad, pero mi esperanza es que las personas que asuman el papel de dirigirnos sean capaces de invertir en innovación y educación para que ese porcentaje sea progresivamente menor y, sobre todo, tengan la valentía, responsabilidad y honestidad de tomar decisiones, que aunque sean desagradables e incómodas, garanticen la seguridad de todos y, por supuesto, responsabilicen a aquellas personas que con sus actos ponen en peligro el derecho a la libertad de los demás y el suyo propio. 

     Quizá, a partir de ese momento, sea mucho más difícil que nada ni nadie nos arrebate ese preciado tesoro que supone sentir y poder gritar: «¡soy libre!»

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2 comentarios en “¡Soy libre!”

  1. Cuanta reflexión saco de tús palabras. Palabras que comparto desde el principio hasta el punto y final. Más gente como tú que nos haga reflexionar y tomar conciencia de que lo que hagamos hoy y la manera en la que lo llevemos a cabo nos ayudarán a ser mejor personas dentro de esta sociedad para poder “ser libres”.

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