¡DÉJALOS/AS! ¡ES COSA DE NIÑOS/AS! QUE SE ARREGLEN ELLOS/AS.

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Cuántas veces, especialmente desde que soy padre, habré escuchado: «¡déjalos! Son niños/as. Que se arreglen ellos/as solos/as. Así aprenden a defenderse». Y no lo voy a negar. Tienen su parte de razón, respaldados por sus propias vivencias, experiencias y en una educación que se apoyaba en la idea de que cuando se aprende algo solo y, en cierto modo, a la fuerza, se aprende mucho mejor y para siempre.

Sí, estás pensando correctamente. Estoy hablando de esa famosa «ley de la calle» que los de mi generación y, especialmente anteriores, hemos vivido, reclamada en muchas ocasiones abrumados, quizá, por tanto cuidado y sobreprotección que parecen tener nuestros hijos/as y alumnos/as.

En este sentido, es cierto que hemos pasado del «tú te lo guisas, tú te lo comes», al «voy a decirle yo a este/a que no te haga esto o voy a defenderte de…», y como en todo, creo que encontrar el equilibrio es lo más enriquecedor y constructivo.

Imaginemos, por un momento, que dejamos a varios niños/as en un aula con materiales, vídeos, libros y otras herramientas. Les damos unas nociones básicas de cómo utilizarlos y les decimos algo así como: «niños/as, todos los días vendréis a este aula por la mañana durante unas horas y utilizando todos estos materiales tendréis que aprender a leer porque es algo muy importante para vosotros/as. Además, debéis hacerlo vosotros/as solitos/as porque así lo aprenderéis mucho mejor».

A partir de ahí, y después de un tiempo, habrá un porcentaje de niños/as que, por su capacidad, conseguirán aprender relativamente bien, otro que tardará más en hacerlo, quizá con algunas lagunas, pero lo logrará imitando a los anteriores o a través directamente de su ayuda; y por último, un grupo que, desgraciadamente y como es normal, no solo no aprenderán sino que se frustrarán, entrarán en conflictos y lo pasarán mal como consecuencia de sus dificultades para aprender esta habilidad, porque, queramos aceptarlo o no, somos muy diferentes, con habilidades y ritmos de aprendizaje distintos y, en este sentido, lo que para unos aprender algo en concreto puede resultar sencillo y prácticamente sin esfuerzo, para otros, puede ser una auténtica pesadilla avanzar o progresar en ese mismo campo.

Seguramente que la mayoría de nosotros/as, independientemente de la edad y de nuestra profesión, se echaría las manos a la cabeza al dudar claramente de la viabilidad de esta forma de enseñar a leer a los niños/as, quizá porque lo entendamos como un aprendizaje instrumental, elemental e importante, pero ¿por qué no sucede lo mismo con el aprendizaje de las habilidades sociales?

¿Por qué a un niño/a tímido/a que le cuesta ser asertivo/a, poner límites, defender sus ideas y que es propenso a que otros niños/as se aprovechen de él/ella por su bondad, le decimos que debe aprenderlo solo/a y que debe «espabilar» cuando está interactuando con niños/as, que de manera natural y sin esfuerzo, tienen habilidades de las que él/ella carece?

O por el contrario. ¿Por qué un niño/a dominante, egoísta y controlador/a lo dejamos libremente campar a sus anchas por la tranquilidad que nos aporta la creencia de que «se sabe defender», pero ignorando el daño que pueda ocasionar a otros niños/as y lo que esto le pueda repercutir negativamente en sus propias relaciones futuras?

Es en la calle, en la escuela y en la casa donde se van fraguando las personalidades de cada niño/a y es nuestra responsabilidad como docentes, pero especialmente, como padres y madres, observar, supervisar, orientar y enseñar habilidades sociales a nuestros hijos/as y alumnos/as porque es ahí donde se encuentra la verdadera prevención y la construcción de una sociedad más justa, educada y cívica. Pero la mala noticia es que esto requiere de mucho tiempo, esfuerzo y dedicación constante, del que debido al tipo de sociedad y cultura que tenemos actualmente, resulta complicado conseguir, teniendo que delegar esa responsabilidad en otras personas y entornos que son menos controlables y estables.

En definitiva, parece haber quedado demostrado, a estas alturas, que sobreproteger y andar defendiéndolos por todas partes no es el camino, pero para los nostálgicos y románticos de aquella «vida idílica» en la calle, creo que tampoco es la solución, ya que en la «selva» triunfa la ley del más fuerte, pero lamentándolo mucho, todos no nacemos ni somos fuertes y el camino para conseguir serlo, en ocasiones, puede traernos consecuencias que nos acompañen en futuras relaciones a lo largo del resto de nuestra vida, o ¿qué le ocurriría a un niño/a que no sabe leer bien y arrastra esos problemas a lo largo de su vida? ¿Afectaría y condicionaría el resto de sus aprendizajes? ¿Dejarías, entonces, su aprendizaje en manos de «la vida»?

Las habilidades sociales son un aprendizaje extremadamente valioso para aquellos que tienen la suerte de recibirlos del modo y en el momento adecuado.

Gracias por leer y compartir. Si te apetece dar tu opinión, ¡adelante!

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