¡DOCTORA! AYÚDEME, POR FAVOR. ¡NO PUEDO RESPIRAR!

hands, old, old age-2906458.jpg

Impaciente, preocupada, desesperada, irritada, agotada; posiblemente, demasiado tiempo esperando, presa de un ataque de locura y consciente de que no hay nadie dentro, decide tocar la puerta bruscamente al tiempo que la empuja para meterse dentro de la consulta de la psicóloga.

—Por favor, espere a que la llame —expone asertivamente la doctora, mientras revisa unos papeles.

—Lo siento mucho, doctora. ¡No puedo! ¡Estoy desesperada! ¡Necesito ayuda! Creo que tengo un ataque de ansiedad, me cuesta respirar. Un fuerte dolor se agudiza en mi pecho y no sé como aliviarlo.

—Tranquila, tranquila, túmbese aquí, por favor. Respire profundamente. Confíe en mí. Todo se va a arreglar—contesta la doctora, mientras la ayuda a tumbarse en el sofá.

—No puedo más, estoy harta. Todo el mundo piensa que soy aburrida, monótona, repetitiva, previsible, pesada, árida, simple, básica, ¿sigo? Lo peor de todo es que me doy cuenta de que tienen razón. Estoy totalmente pasada de moda, anticuada, obsoleta. A la gente ya no le basta con no contar conmigo para nada, sino que, además, no quieren ni nombrarme, ni hablar una palabra de mí, porque lo mismo piensan que son aburridos y poco atractivos; o simplemente, que no molan —se desahoga consiguiendo sentirse algo más aliviada.

—La comprendo perfectamente. Aunque no la conozco para saber si todo lo que dice es tal como lo describe. Es cierto que vivimos tiempos muy diferentes y que, por supuesto, todo ha cambiado a una velocidad vertiginosa. No cabe duda de que andamos en una sociedad que va muy rápida, sumergida en la filosofía del carpe diem, de lo inmediato y totalmente adicta al consumo de experiencias expres. De tal manera que todo lo que huele a cotidiano, repetitivo, clásico o habitual nos rechina, pero estoy segura de que se está centrando en lo negativo. ¿No cree que tiene una parte interesante que gusta, incluso a usted? ¿No ha oído nunca que todos tenemos luces y sombras? Seguro que usted las tiene. Ahora que parece estar más tranquila, ¿por qué no intenta reflexionar sobre ello y buscar aquello que le hace brillar? —le explica muy pacientemente la doctora, al tiempo que coge su mano con mucho cariño y ternura para acompañar ese momento de mayor calma, una vez parece haber pasado la tormenta.

Después de un momento de silencio y con la mirada totalmente perdida comienza a hablar algo dubitativa.

—Sí, lo he oído, pero ahora mismo no sé cuáles son realmente mis luces, aunque quizás tenga razón. Ahora que lo pienso, siempre que ha habido alguna persona que ha querido conseguir un objetivo importante a largo plazo y que ha requerido de constancia, esfuerzo y paciencia o que han necesitado de orden, ahorrar energía y tiempo, siempre han tenido que contar conmigo. En ese instante me he sentido útil y necesaria y creo que he contribuido notablemente a que otras personas persigan y alcancen sus sueños. Incluso, sin ir tan lejos, muchas personas me necesitan porque les aporto paz, serenidad y estabilidad en su día a día. ¿Sabe una cosa, doctora? Me ha resultado muy curioso e interesante reflexionar sobre todo ello y, pensándolo mejor, yo creo que, aunque tengo mis sombras, como todo el mundo, soy más importante de lo que parece. —expone de forma orgullosa, a la vez que se incorpora con una leve sonrisa que parece demostrar alivio en su interior.

—Me alegro mucho. ¿Ve como le dije que confiara en que se iba a sentir mucho  mejor después de hablar conmigo? Por cierto, ¿cuál es su nombre?

—La rutina, doctora, la rutina.

¿Experiencias exprés o rutina? ¿Con cuál identificas tu vida ahora mismo? ¿Cuáles son más necesarias? ¿Hacia dónde vamos?

 Vivimos en una sociedad donde adultos, pero también niños, totalmente influenciado por nuestro estilo y forma de ver la vida, buscamos consumir experiencias cortas, intensas y diferentes constantemente porque, realmente, todo lo demás, parece oler a rutina y eso aburre y pierde todo el interés.

El carpe diem se ha instalado en nuestra sociedad para quedarse, quizás estimulado por lo vivido en la pandemia al entender que la vida hay que exprimirla al máximo porque se puede ir en cualquier momento. Y no pretendo cuestionarlo, pero ¿nos estamos yendo al extremo? ¿Es normal que un niño de 10 años haya tenido ya el triple de experiencias que su abuelo?

Algo aparentemente ocasional fruto del tipo de sociedad en la que vivimos, ¿puede llegar a influir en la salud mental de ese niño que llegada una edad parece haberlo «hecho todo»? ¿Qué hay de esas rutinas necesarias para nuestra vida en general y para cualquier objetivo que persigamos en particular? ¿Qué pasa cuando nuestra vida está desordenada y reclamamos de esa rutina que nos da calma y equilibro? ¿Necesitamos de ambas? ¿Equilibrio? ¿Dónde está ese equilibrio? ¿Qué piensas? ¿Te apetece dejar tu opinión? ¡Adelante!

Gracias por leer y compartir. Si te apetece dar tu opinión, ¡adelante!

¿Te gustaría leer más artículos?

¿Te interesa la animación a la lectura? ¿Prevención acoso escolar? ¿Inteligencia emocional? ¿Autoestima? ¿Actitud ? ¿Inclusión?

Comparte en tus redes sociales...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Si continuas utilizando este sitio aceptas el uso de cookies. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para «permitir cookies» y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en «Aceptar» estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar