
Es muy probable que en alguna ocasión alguna de esas personas, teóricamente importantes o influyentes en tu vida, para demostrarte o simplemente recordarte lo mucho que te quieren, te hayan dicho algo tal como esto: «te quiero más que a mi vida, te necesito como el respirar, eres mi alma gemela, mi otra mitad o, incluso, daría la vida por ti.
Estas palabras que, a priori, parecen una simple pero maravillosa y valiente declaración de amor incondicional pueden ser una de las mayores trampas o vendas emocionales que podemos experimentar junto a una persona importante de nuestra vida y que puede convertir esa relación en algo tóxico independientemente del lazo familiar o de amistad que nos una.
Y no se trata de cuestionar que lo que la otra persona te está diciendo sea cierto, o mejor dicho, que no lo sienta así. Es probable que lo sienta y sea la oportunidad de demostrarte su amor hacia a ti y lo importante que eres en su vida pero, ¿esas palabras que expresa se corresponden con el modo en que cuida vuestra relación? ¿Sus actos son congruentes con esa etiqueta familiar o de amistad que, en muchas ocasiones, ni siquiera habéis elegido? ¿Su manera de entender una relación positiva coincide con la tuya? O lo que es más importante si cabe, ¿su forma de amar es saludable, se hace bien y te hace bien? ¿Esa relación te permite ser tú, de forma natural y sin necesidad de indicarle aquellas cosas que no son beneficiosas para vuestra relación ante la mirada incrédula de alguien que puede decirte estar dispuesto a dar su vida por ti, pero sin embargo, no es capaz de darte afecto, atención y respeto en el día a día?
Si es así, no lo culpes. Sencillamente te quiere tal y como él ha aprendido a amar. Es su código, su forma de relacionarse, aquello que ha ido aprendiendo desde bien pequeñito, con sus aspectos positivos y negativos, con sus traumas y sus experiencias enriquecedoras; porque todos, absolutamente todos, vamos arrastrando y cargando en la mochila con nuestras historias personales, las cuales quedan reflejadas y se manifiestan en ese preciso instante en el que nos relacionamos con los demás, pero especialmente, cuando afloran esos sentimientos intensos en forma de algún tipo de amor con los que siempre nos cuesta lidiar.
Pero no culparle o tener compasión de todo ello no significa tener que aceptar y tolerar esa relación que te hace daño, que se ha convertido en algo tóxico para ambos y que lejos de mejorar, a pesar de hablarlo e intentarlo, sigue empeorando. Realmente significa que es el momento de «regalaros» distancia, espacio y tiempo; de alejaros de forma indefinida y que el tiempo y la vida establezcan de forma natural si vuestros caminos vuelven a encontrarse. Y digo «regalaros» porque ésa es la única oportunidad de que podáis reflexionar para cambiar vuestro modo de amar y que ambas formas de entender el amor puedan, de un modo más saludable, volverse a encontrar.
Quizás parezca que todo tiene que ver con el amor en pareja, pero es aplicable a cualquier tipo de relación y lazo familiar, ya que, en muchas ocasiones, las relaciones más tóxicas surgen, precisamente, en las familias porque cuántas veces habremos oído: «¡ea! Es mi padre», «es mi hermana y no se lo puedo tener en cuenta», «se entromete demasiado en mi relación, pero es mi madre», «cargo con todas las responsabilidades de cuidar a mis padres, pero bueno, qué voy a hacer, son mis hermanos», «me trata fatal, pero es mi hija», «no tiene ningún detalle afectivo conmigo nunca, pero es mi hijo, yo seguiré haciéndole todo lo que necesite»…
En definitiva, no cabe duda que construir relaciones saludables y positivas es una difícil tarea que requiere de toda nuestra atención y esfuerzo. Es cierto que, en nuestro afán de que algunas de ellas funcionen, justificamos comportamientos, conductas y formas de amar que si las observáramos en cualquier otra persona no toleraríamos, pero también es difícil zafarse y desvincularse del impacto que producen en nuestros cerebros palabras como: «es mi padre o madre, mi hermana/o, mi hijo/a, mi amigo de toda la vida» o «te quiero más que a mi vida, te necesito o daría mi vida por ti». Pero sobre todo, lo complicado es entender que el verdadero acto de amar a esa persona es ser asertivo exponiendo tus sentimientos, tomar la decisión de alejaros para generar la oportunidad de seguir aprendiendo a «amar» y de, quién sabe, volver a encontraros.
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