FÚTBOL, RACISMO, ¿ESPAÑA?

sports, leisure time, soccer-3891579.jpg

Por muy poquito que uno haya dado una vuelta por las redes sociales estos días ha sido imposible no ver la que se ha liado con el caso de Vinicius y la consecuente acusación a todo nuestro país de racismo.

¿Racismo dicen? Invito a cerrar los ojos a aquel que haya jugado al fútbol desde pequeñito por esos pueblos y campos del «señor» y recuerde lo que ha tenido que aguantar, en muchas ocasiones, sin protección alguna y rezando porque al terminar el partido todo se quede en unos insultos. O que le pregunten si no, los «raticos» tan agradables que ha tenido que vivir cualquier portero cuando uno o dos señores se situaban al lado de la portería para acordarse de todos sus familiares el tiempo que durara el partido. En mi caso particular, también recuerdo aquel señor del puro que se sentaba en la grada de lo que ahora es el José Copete, en nuestra etapa de juveniles, para deleitarnos con sus «bonitas» palabras cada vez que alguien del equipo se equivocaba o, sencillamente, perdíamos; y cómo, además, lejos de afectarnos o tomarlo en serio, nos solíamos reír e incluso aceptar que formaba parte de lo que habíamos elegido como deporte y nuestra pasión.

En cualquier caso, no creo que sea necesario haber jugado al fútbol mucho tiempo para percibir que hay gente que va a los campos de fútbol a hacer «terapia». Sí, como lo estás leyendo. No me digas que una hora y media gritando e insultando sin que nadie te mire mal, protegido porque sabes que el otro no se puede defender, situado entre gente que hace lo que tú, le resulta gracioso y te anima a seguir haciéndolo no te hace volver a casa relajado, desestresado y como un guante. Aquello que no eres capaz de decirle a tu pareja, a tu jefe, a tu vecino o a un familiar lo sueltas esa tarde al jugador de turno que no conoces de nada o por algún detalle que has leído en las redes y todo solucionado.

Es por ello que esa persona que va un sábado por la tarde a su sesión de «terapia» particular no va con la intención de reflexionar sobre su forma de ser o si va a demostrar su homofobia, racismo o xenofobia, sólo busca herir y desestabilizar a aquel jugador (suele ser el mejor del equipo) que considere o, sencillamente, que el resto de personas del estadio o de su zona hayan decidido insultar.

Y es ahí donde surge el principio básico de ataque del ser humano: «voy a decirte aquello que más te duela o te haga sentir más vulnerable con el afán de desestabilizarte y que no hagas bien lo que pretendes». Además, sin reflexionar sobre sus consecuencias porque no sé si recordarás que ha venido a apoyar a su equipo y realizar su correspondiente terapia semanal que le ayude a liberar tensiones. ¿Acaso crees que es momento de pensar si sus palabras son coherentes con sus valores? ¡Joder! ¡Está de terapia! ¿Recuerdas?

Entonces surgen los «marica», «tuercebotas», «eres malísimo», «mono», «gordo», «hijo de…», «tu madres es…», «tienes más padres que…» y todas aquellas barbaridades que consigan el objetivo. Con el añadido de que se van retroalimentando unos con otros, convirtiéndose en un ejercicio de creatividad que les resulta, incluso, divertidísimo; para ellos, claro.

Pues lo curioso y llamativo es que esta realidad no solamente se da en los estadios donde hay fútbol profesional, también se produce en el fútbol amateur, y lo que es peor; en las categorías inferiores con niños donde la presencia de la seguridad brilla, prácticamente siempre, por su ausencia. Entonces me resulta inevitable pensar si estos jugadores profesionales y famosos harían lo mismo en un campo de tercera división o inferior enfadado porque alguien del público se está metiendo con él.

Creo que el fútbol es un gran deporte que mueve a muchísimos aficionados, pero que se ve enturbiado y oscurecido por costumbres normalizadas tanto dentro como fuera del campo, que vienen de años arraigadas en la propia cultura de este deporte que es difícil eliminar de la noche a la mañana.

Así, el verdadero cambio debería estar en prohibir la entrada a cualquier persona que accede a un recinto deportivo para realizar cualquier tipo de insulto o muestre conductas agresivas que generen conflictos, sea cual sea la categoría o nivel profesional en el que esté.

Por lo tanto, no entiendo por qué nos avergonzamos de que alguien grite «negro» o «mono», pero si se dice «gordo», ¿no pasa nada? ¿Tal vez deberíamos pensar que España es «gordofóbica»?

Al final, como en la mayoría de ocasiones, se pierde toda la energía en debates y cuestiones secundarias que no solucionan realmente el verdadero problema y que, sin darnos cuenta, nos acaban separando y haciendo daño individualmente y como sociedad. ¿Cuántas personas han tenido la necesidad de demostrar a través de las redes con alguna imagen o palabras que no son racistas después de que un personaje famoso acuse a todo un país de ello? ¿No crees que nos hemos acostumbrado a juzgar a cualquier persona por una palabra, un detalle, un error incluso, sin valorar su trayectoria y cómo se comporta realmente en su día a día y durante mucho tiempo? ¿Crees que eres un gran cristiano por ir a misa los domingos? ¿Un defensor extraordinario de los derechos de la mujer por ir a una manifestación o vestir de color morado y cantar una canción? ¿O tal vez crees ser un magnífico ecologista por llevar una camiseta determinada y reciclar?

No cabe duda que para llamar a un país algo y, especialmente, de la gravedad que supone acusarlo de racista, es necesario mucho más que unos cuantos gritos e insultos de varios «monos» haciendo terapia, ¿no crees? Recuerda que, al fin y al cabo, estamos haciendo una obra social por ellos, ya que sus familias y el Estado están ahorrando mucho dinero en psicólogos y fármacos.

Y tú, querido paisano, valórate, confía en ti y en la mayoría de la gente de este país que llevamos demostrando y dando evidencias constantes durante bastante tiempo de que podemos ser muchas cosas y tener muchos defectos, pero no somos un país racista, por mucho que un jugador endiosado y cegado por el protagonismo que con su talento ha conseguido, le haya hecho olvidar cuando era más jovencito, menos famoso y, quizás allá, en Brasil, sus propios paisanos rivales, en su correspondiente día de «terapia» le hayan podido llamar «mono».

Gracias por leer y compartir. Si te apetece dar tu opinión, ¡adelante!

¿Te gustaría leer más artículos?

¿Te interesa la animación a la lectura? ¿Prevención acoso escolar? ¿Inteligencia emocional? ¿Autoestima? ¿Actitud ? ¿Inclusión?

Comparte en tus redes sociales...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Si continuas utilizando este sitio aceptas el uso de cookies. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para «permitir cookies» y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en «Aceptar» estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar