
Son las 13:50. Los alumnos se apresuran para terminar e intentar no llevarse la tarea del día a casa. Uno de ellos levanta la mano y me pregunta: «profe, ¿es verdad que las máquinas y los robots van a acabar con los humanos?» Después de una breve contestación y de varias réplicas de otros alumnos al respecto, suena el timbre que indica que debemos recoger e irnos. Los alumnos se marchan pero la pregunta se queda, inevitablemente, dando vueltas en mi cabeza.
Al tiempo que imagino el momento en el que los humanos descubren el fuego me resulta inevitable reflexionar cómo algunos de ellos pensarían que se acabarían los duros días de frío, la posibilidad de cocinar los alimentos o protegerse de los animales, mientras que otros lo verían como una importante arma para atacar, destruir o someter a otros clanes y tribus.
Algo parecido pudo suceder con el invento de la rueda. Mientras unos lo verían como una forma extraordinaria para transportar personas u objetos con animales, otros estarían imaginando un carro de combate, tirado por potentes caballos que le ayudarían a acabar con su enemigo y alcanzar el poder deseado.
Por no hablar de los avances tan importantes producidos en el mundo de la medicina. Mientras unos dedican su vida a curar enfermedades y mejorar la vida de las personas, otros buscan crearlas y utilizarlas como armas para conseguir sus propósitos y objetivos.
No hace tanto recuerdo la irrupción en nuestras vidas de internet y las redes sociales. Algunos expertos nos hablaban de una nueva era de la comunicación, de increíbles posibilidades de acceso al conocimiento, mientras otros vaticinaban un mundo paralelo sin control alguno, lleno de robos y engaños donde los delincuentes camparían a sus anchas y se convertiría en una potente arma de manipulación de masas utilizada incluso por los gobiernos.
Lo más curioso de todo esto es que unos y otros tenían razón en sus predicciones porque un descubrimiento no es más que un cambio de paradigma cuyo impacto para la humanidad depende, única y exclusivamente, de una cosa: la voluntad del ser humano para crear o para destruir, para hacer el bien o el mal, para someter y controlar o para fomentar la libertad.
Así, en esta misma línea nos comienza a invadir la inteligencia artificial. Los más optimistas y emprendedores la encuentran como una oportunidad de avance, innovación, de mejoras importantes en todos los ámbitos de nuestras vidas. Los más acomodados y reticentes al cambio ven en ella una amenaza para sus trabajos mecánicos y rutinarios que no requieren de ningún tipo de innovación, entendiendo que no están para aprender otros tipos de empleos y que unas tales máquinas o robots acabarán por robárselos. Por último, los más apocalípticos han encontrado una excelente oportunidad para reproducir y vaticinar una de esas películas futuristas en las que el mundo de las máquinas y robots acaban por destruir al ser humano.
Sin ir más lejos, ayer mismo escuché dos noticias diferentes en menos de una hora. Una de ellas hablaba de cómo la inteligencia artificial ayuda a la detección y diagnóstico de muchas patologías, así como a reducir el número de errores médicos; mientras que, por otro lado, ya se había creado un reality que se emitirá el próximo mes en el que los concursantes debían saber si sus parejas les estaban engañando con otras personas utilizando vídeos modificados con inteligencia artificial, demostrando la calidad y realismo de las imágenes que conseguían.
En definitiva, creo que no cabe duda que estamos ante un avance muy importante que cambiará nuestras vidas, nos guste o no. El modo en que lo haga dependerá, como ha ocurrido a lo largo de la historia, de los que tienen la capacidad de controlar, crear leyes y regular el uso seguro y positivo de todo ello, en lo cual no tengo muchas esperanzas; y por otro, de cada uno de nosotros, de nuestra forma de afrontar los cambios, de nuestra capacidad para adaptarnos, prepararnos, protegernos y ser capaces de subirnos, cada uno desde nuestra realidad y momento de vida que nos toque, a una ola que, deseemos o no, estemos de acuerdo o no, nos va a zambullir.
De nosotros dependerá, por tanto, subir a la superficie, chapotear, nadar, surfear o lo que buenamente podamos y/o queramos…
Como decía Arnold Schwarzenegger en Terminator: «sayonara baby».
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