
A poco que decidas pasear por la literatura vinculada a la psicología o la filosofía podrás comprobar cómo numerosos autores, incluso muy célebres, han abordado como uno de los pilares fundamentales de algunas de sus obras el ansiado y buscado «sentido de la vida».
Resulta curioso cómo, al principio, mientras lees a unos y a otros vas dando por válido aquello que encaja en tu sistema de creencias, de valores o principios y apartando aquello que, en cierto modo, te incomoda porque, sencillamente, no tiene nada que ver contigo. Pero es cuestión de tiempo que esto último, más allá de incomodarte, te comience a llamar la atención y la curiosidad, acompañado de ese sentimiento reflexivo que te invita a remover y tambalear todos esos principios y escala de valores que creías haber construido y con los que parece ya no te identificas tanto como pensabas.
Lo verdaderamente llamativo de este proceso es que parece no acabar nunca porque cada vez que te remueves es necesario recolocarlo todo y cada vez que parece que acabas de encontrar nuevas respuestas aparecen inquietantes y desafiantes preguntas que te obligan a decidir entre parar, acomodarte y dejar de reflexionar y hacer preguntas o seguir por el camino de la incomodidad, del cuestionamiento y la búsqueda del «sentido de la vida».
Tan intenso puede llegar a resultar ese sentimiento que se desprende de la necesidad de tomar una decisión al respecto que hay momentos que te apetece tomar el primero de los caminos, aquel que te desconecta de ti, pero que requiere de menos esfuerzo, de poco gasto energético, que te hace vivir en piloto automático, con pocas preguntas y respuestas, siguiendo tu rutina y haciendo todo aquello que la sociedad espera de nosotros porque de este modo, todo, a priori, parece más sencillo.
¡Joder! ¡Nadie protesta, nadie cuestiona nada de lo que haces, estás haciendo todo lo que se espera de ti! Pero ¿qué pasa contigo? ¿Qué pasa dentro de ti? ¿Qué pasa con ese fuego que arde en tu interior? Acaso no escuchas una voz que te grita: «¿por qué haces todo esto? ¿Es eso lo que quieres? ¿Quién, cojones, eres y qué narices haces en esta vida? ¿Por qué estás haciendo todo aquello que se supone debes hacer y a pesar de ello te sientes tan vacío y tan mal?».
Entonces, desbordado, caes en la cuenta de que elegiste el camino equivocado y sientes que por mucho que trates de mirar para otro lado, de desconectarte, sedarte o anestesiarte agarrándote a miles de distracciones y experiencias expres atractivas, el verdadero sentido de la vida está en aprender a disfrutar de ella o, como muchos dirían: «la vida hay que saber vivirla».
Y es aquí donde no te queda otra que volver al camino del autoconocimiento para reflexionar, preguntarte, escucharte, decidir, equivocarte y romper con todo aquello que no es congruente con aquella persona que realmente eres y elegir aquello otro que se alinea, de forma natural y sin esfuerzo, contigo; con tu energía y tu ser; lo cual te permitirá disfrutar de forma consciente de todo lo que la vida te ofrece.
Por tanto, lo especialmente complicado de encontrar el «sentido de la vida» es que poco puede servirnos, a mi entender, lo que esos autores célebres u otras personas cercanas en nuestras vidas, con su mejor intención, nos hayan tratado de aportar o aconsejar al respecto, ya que, quizás, «aprender a disfrutar de la vida», con todo lo que nos da y nos quita, es un camino muy, muy complejo que requiere de una gran valentía y que sólo y exclusivamente puedes vivir TÚ.
Así que, puede parecer una tontería, una obviedad o perogrullada, pero hagas lo que hagas, elijas compartir tu tiempo con quien decidas o mientras tratas de perseguir tus sueños, que no se te olvide «disfrutar», o al menos, ¡intentarlo!
Firmado: un mortal más, aprendiendo a disfrutar de la vida 🙂
Gracias por leer y compartir. Si te apetece dar tu opinión, ¡adelante!
