«EL VALOR DE LAS PEQUEÑAS COSAS»

*Ilustración de Patricia Navarro Valcárcel
Son las siete de la tarde y la puerta de casa se abre. Lola trata de entrar apresuradamente pasando por debajo del brazo de su madre y sin dejarle, prácticamente, sacar la llave de la cerradura.
—¡Ay, Lola, qué prisas llevas!
—¡Quiero ver al abuelito! —le contesta, mientras corre por el pasillo.
—¡Lávate las manos antes de hacer nada!
Ups… Frenada de urgencia, vuelta al baño y nueva aceleración hacia el salón. La puerta entornada y la poquita luz acompañada de destellos intermitentes le confirman que su abuelito, una tarde más, ha decidido pasarla en casa viendo la televisión y dando alguna que otra cabezada.
—¡Hola, abuelito! —saluda con energía, Lola, al tiempo que corre para tumbarse en el sofá donde está su abuelito, apoyando la cabeza en sus piernas.
—Hola, cariño. ¿Qué tal ha ido? ¿Qué has hecho? —le contesta Elías, mientras le acaricia suavemente la cabeza.
—Bueno, un poco aburrida. He acompañado a mamá a comprar algo de fruta. ¿Y tú? ¿Hoy tampoco has salido? Mamá me dice que ver la tele mucho tiempo no es bueno y que tengo que moverme si quiero tener buena salud. ¿Por qué a ti si te deja? Claro, tú mandas, ¿verdad?
—¡Ja, ja, ja! No, Lola, no. Yo no mando ya nada, cariño —responde entre carcajadas.
—¿No? Tú eres su padre y los papás mandan —replica convencida, en un tono más serio.
—No, mamá siempre me aconseja que salga un ratito, pero estos días no me he encontrado con fuerzas.
—¡Pues eso hay que arreglarlo, abuelito! Yo te presto las mías, que tengo muchas. ¡Mira, mira, mira qué bola tengo! ¡Mañana saldrás conmigo! ¡No se hable más! ¿Me lo prometes?
—Te lo prometo, Lola —le dice, Elías, mientras choca tímidamente su mano orgulloso, una vez más, de su querida nieta al sentir que ella no sabe que con lo que acaba de hacer y decir ya le ha prestado las fuerzas para seguir.
Ese momento de silencio en el que Lola trata de pensar cómo podría prestarle sus fuerzas y Elías disfruta de esas bonitas sensaciones que estaban despertándose en él, mientras sigue observando y acariciando a su nieta, se alargan por unos minutos hasta que Lola, con la mirada fijada en un cuadro que hay colgado en la pared de enfrente, dice:
—Nunca olvides el valor de «las pequeñas cosas» —hace una pequeña pausa, mientras reflexiona sobre lo que ha dicho—. ¿Qué son «las pequeñas cosas», abuelito? La verdad es que ese cuadro lleva ahí mucho tiempo y es la primera vez que me he fijado en lo que pone.
—¿«Las pequeñas cosas»? Pues, a ver, es un poco difícil de explicar, especialmente, para una niña de tu edad —respondió titubeando, Elías, intentando ganar tiempo mientras encuentra el mejor modo para responder a ese tipo de preguntas complicadas que a su nieta siempre le llaman la atención y, aunque en el fondo le gusta, siempre le incomodan un poquito.
—¿Ya estamos otra vez con eso de que soy pequeña? —replicó enseguida, Lola, reclamando una explicación.
—No, cariño. Tienes toda la razón —le contesta con una media sonrisa, aliviado porque, en cierto modo, lo que acaba de suceder hacía unos instantes le ha dado alguna pista para abordar este complejo tema.
—Yo creo que las cosas grandes también tienen su valor, ¿no? Una casa es grande, un coche es grande, los muebles de mi habitación son grandes, la bici que me compraron papá y mamá el otro día es grande y todas esas cosas valen dinero, ¿no? Más, incluso, que las cosas pequeñas. Bueno, quizá se refiere a las joyas que son pequeñas y muy caras pero, ¿qué pasa entonces con las cosas grandes que también son caras? ¡Qué lio, abuelito! —reflexiona sin parar en voz alta.
—No, Lola. No se refiere al valor material de las cosas. No se trata del dinero que valen ni de su tamaño real.
—¿No? Entonces sí que no entiendo nada —contesta muy confundida, al tiempo que se incorpora para sentarse y escuchar con atención la explicación que parece se dispone a dar su abuelito, mirándolo fijamente a los ojos.
—Lola, los adultos solemos utilizar el término «pequeñas cosas» para referirnos a ese conjunto de gestos, acciones o detalles que no cuestan nada de dinero pero que vivirlos o compartirlos con alguien nos hacen sentir verdaderamente felices, como por ejemplo: un abrazo, una sonrisa, unas bonitas palabras, un beso, contar un cuento, bailar o cantar solo o en compañía, dedicar tiempo a otra persona, un paseo con alguien que quieres… —le explica, aparentemente emocionado con los últimos ejemplos que le recuerdan la propuesta que le ha hecho hace unos instantes y de lo afortunado que es por tener una nieta que le regala su tiempo cada día.
—Entonces, ¿también son pequeñas cosas hablar con alguien que quieres mucho o secar una lágrima que corre por su mejilla? —contesta, la pequeña Lola, utilizando su mano derecha para hacerlo al tiempo que se funden en un gran abrazo.
—Ay Lola, qué grande eres, cariño…
—A ver, abuelito, ¿soy grande o soy pequeña? Que me vas a volver loca, ¡eh! —le reprocha irónicamente volviéndose a sentar, mirándolo a los ojos y con los brazos abiertos, a la vez que comienzan a reírse a carcajadas.
»Pero, ¿por qué dice que no nos olvidemos de estas cosas tan bonitas? ¿Es que se olvidan? —le plantea, Lola, una vez que consigue controlar el ataque de risa.
—Pues, desgraciadamente, sí. A todos se nos olvidan, especialmente conforme nos vamos haciendo mayores.
—Ay, abuelito, pues yo no me quiero hacer mayor.
—¡Ja, ja, ja! Ni yo, cariño, ni yo. Pero te harás, y es posible que te olvides, como nos pasa a todos, porque comenzamos a tener obligaciones, preocupaciones y muchas cosas que hacer y resolver, y ese estrés diario nos hace perder de vista y, por lo tanto, no valorar todas esas cosas tan importantes que nos hacen sentir realmente bien cuando les prestamos la adecuada atención.
—Madremía, abuelito, pues no me gustaría que me pasará todo eso. ¿No tendrás algún truquillo que me ayude un poquito a no olvidarme de mis «pequeñas cosas»? —le plantea con cierta preocupación y curiosidad.
—Creo, Lola, que no existen recetas o fórmulas mágicas y que deberás encontrar tu propio «truquillo», aunque sí que es cierto que a mí, desde hace mucho tiempo, me ha sido muy útil hacerme una pregunta justo antes de dormir todos los días —le expone con cierta ilusión.
—¿Una pregunta? ¿Cuál?
—¿Qué tengo ahora mismo que me haría sentir muy mal si no lo tuviera al día siguiente cuando me despierte?
—¿Pero eso no te da miedo? —responde después de unos segundos de reflexión al hacerse ella misma la pregunta.
—Bueno, Lola, a mí no. Este es mi «truquillo» y ya te he dicho que tú deberás encontrar el tuyo. Yo me siento muy bien porque enseguida llegan a mi cabeza las personas y todo aquello que es verdaderamente importante en mi vida y si a lo largo de ese día he sido capaz de dedicarles tiempo y disfrutar de ellas. Como por arte de magia empiezan a perder importancia otras cosas o problemas que me han sucedido y que, evidentemente, me hacen sentir mal.
—Ya, ¿como por ejemplo cuando discutes con tu amiga o cuando has sacado menos nota de la que esperabas en un examen? —añade, Lola, comprendiendo lo que trataba de explicarle su abuelito.
—Claro, mi vida. Además, cuando te acuerdas y agradeces «tus pequeñas cosas» te sientes afortunado y encuentras las fuerzas necesarias para hacer algo que, en principio, no podías, como cuando estás desanimado y preocupado y tu preciosa nieta se acerca y te dice que ella te acompañará a dar un paseo el próximo día, ¿recuerdas? —Le dice, agradecido y orgulloso, mientras la mira fijamente a los ojos, intentando que su nieta asocie todo lo que han hablado al bonito gesto que ha tenido con él.
Lola, con una dulce mirada de complicidad y también de agradecimiento le dice:
—Siento decirte, abuelito, que no necesito preguntarme nada para saber que estás en la lista de «mis pequeñas cosas», pero además, ¡en los primeros puestos de la clasificación! —levantando el tono y sus brazos efusivamente con esa última frase, lo que les lleva a darse un fuerte abrazo, de nuevo.
—¡Gracias, Lola! Tú, sin duda, también eres mi gran «pequeña cosa».
Muchas gracias por leer y compartir. Espero que tengas la suerte de poder apreciar y valorar, cada día, «tus pequeñas cosas».
